Conocí a Felipe en una comida organizada por don Carlos Castillo Peraza. En ese entonces, Felipe ya era secretario general del PAN y Carlos fungía como presidente del Comité Ejecutivo Nacional. Ni su imagen ni su saludo me parecieron vigorosos. Todo lo contrario. Mi primera impresión de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, fue la de un burócrata venido a más. Nada espectacular.
Ya avanzada la comida y después de la degustación de unos mezcales artesanales que el mismo Felipe mandó traer de su estado natal como obsequio a su mentor, don Carlos Castillo, fuí testigo de una interesante transformación. El débil y pusilánime burócrata de débil voz y saludo, era ahora un hombre arrojado, de mirada dura, con ceja arqueada incluida y una apostura que me hizo dudar si el hombre que me presentaron unas horas antes, era el mismo que, al calor de unos tragos, insistía en cantar a viva voz acompañado de un mariachi que amenizaba la ocasión, una melodía que, a su opinión, lo pintaba "de cuerpo entero". La canción en cuestión era "El hijo desobediente". Todos los presentes nos quedamos impactados por el talento escénico, la seguridad, el histrionismo y la atronadora voz de Felipe, que al finalizar la interpretación, recibió una fuerte ovación de los que pudimos escucharlo ese día.
Felipe hizo una caravana y envalentonado, se dirigió a donde Carlos Castillo y yo nos encontrabamos. Se nos plantó de frente y nos confrontó verbalmente: "entonces...¿les gustó o qué chin#@&0$?". Don Carlos, se apenó un poco al ver a su entenado en una posición tan altanera, tan bravucona. "Usted disculpe, doctor Bassols. Se le pasaron un poco las cucharadas". -"Cuchareados tengo los h#3*os" escupió con rudeza Felipe ante la intención de don Carlos de disculpar su aparente impertinencia. Castillo Peraza enrojeció del coraje y estaba dispuesto a leerle la cartilla cuando Felipe, al escuchar al mariachi tocando "El son de la negra", regresó al templete donde estos hacían su labor para deleitarnos con un zapateado vigoroso.
Don Carlos se deshacía en disculpas. -"No haga caso, doctor...es que está tomando un medicamento y se le cruzó con el alcohol...no fue su intención". -"Carlitos"- le respondí- "ese muchacho al que estás entrenando en las lides políticas es oro puro...escucha lo que te digo". Mi comentario sorprendió a Castillo Peraza. Al notar su desconcierto ahondé en mi idea. -"Burócratas obedientes y dispuestos a todo, abundan. Son la carne de sacrificio, la masa tan necesaria para que unos pocos seamos encumbrados. Felipito, tu muchacho, es arrojado, bravo, decidido, al calor de unas copitas. Es la muestra de la ley de la evolución natural encarnada en un pequeño hombre. Es el dedo de Dios tocando a un diminuto ser metamorfoseándolo en un gigante. Ese hombre tiene un futuro...una vocación. Pero por favor, manténganlo siempre, como dicen en México, "a medios chiles". Trece años después, el destino me dió la razón. Felipe Calderón se transformó en una fuerza de la naturaleza comparado a un huracan o a un tsunami. Un acto divino que, a través del néctar sagrado de Baco, convertía a un mediocre y gris Jeckyll en un todopoderoso Hyde. La providencia nos quitó cientos de miles de mexicanos de segunda o "daños colaterales" como adecuadamente los llamó Felipe, para regalarnos a un líder natural por derecho propio. Un soldado de Dios que, llevó a cabo la cruzada más justa y necesaria de la que tenga memoria. ¿Sanguinaria? ¡Claro! Cada vez que alguien acusa a Felipe de ser el "culpable" de organizar una guerra fraticida(?) no puedo sino esbozar una sonrisa y recordar al Felipe de aquella comida de 1994: cantando el "Hijo desobediente" y zapateando como un derviche guiado por el mismísimo Todopoderoso.
Introducción del libro "Felipe Calderon- El soldado de Dios" escrito por el doctor José María Bassols en 2011.
