BESAMANOS

 

Por el Maestro Gerardo Gongora Álvarez
 

La toma de posesión de Claudia Sheinbaum el pasado 1 de octubre fue más que un acto protocolario de entrega del poder: fue una escena que reveló, en un solo gesto, las tensiones y continuidades del sistema político mexicano. En el centro de esa ceremonia, entre discursos de unidad y compromisos con la transformación, ocurrió un momento que, aunque aparentemente trivial, marca un símbolo del poder en México: el beso en la mano que la nueva presidenta dio al senador Manuel Velasco. Un gesto que, aunque anecdótico, encierra profundas resonancias de un ritual antiguo que, en pleno siglo XXI, sigue definiendo nuestras estructuras de poder.

El beso en la mano evoca las antiguas ceremonias de vasallaje, en las que el acto de besar la mano del soberano representaba no solo lealtad, sino la aceptación de una jerarquía incuestionable. Sheinbaum, que llega al poder como la primera mujer en la presidencia, ha sido una figura que representa el cambio y la continuidad de un proyecto que se autodefine como la cuarta transformación de México. Sin embargo, este beso sugiere algo distinto: el poder no se ha transformado como nos quieren hacer creer.

Manuel Velasco, quien ha sido un operador político camaleónico, representa la ambigüedad del sistema. Un hombre que ha transitado con facilidad entre el poder regional, el nacional, y ahora en su papel como figura clave en la articulación política del Senado, ha demostrado ser un actor pragmático. El beso en su mano no es una simple muestra de cortesía, sino un recordatorio de que las viejas costumbres del poder siguen vigentes. La política mexicana sigue siendo, en muchos aspectos, un sistema de alianzas, compromisos, y sumisiones tácitas.

El acto nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder en las democracias contemporáneas. Max Weber nos recordaba que el poder tiene un carácter irracional en su esencia: la obediencia se basa no en la legalidad o en la racionalidad, sino en la tradición y en la aceptación de ciertas reglas no escritas. Lo que presenciamos en este beso no fue solo un saludo entre dos políticos; fue la autoafirmación de que, en México, las estructuras de poder se perpetúan a través de gestos simbólicos que en apariencia son triviales, pero que en realidad hablan de la continuidad del sistema. Sheinbaum, que entra con la promesa de un nuevo horizonte político, ya está atrapada en las mismas redes de poder que han definido a sus predecesores.

Y luego está la figura de Ifigenia Martínez, quien apareció en la ceremonia, casi como un eco del pasado. Martínez, símbolo de la izquierda histórica, apareció envejecida y frágil, una imagen que nos habla de la fragilidad de los ideales que alguna vez sostuvo con fuerza. La vejez de Martínez es, en muchos sentidos, la metáfora del agotamiento de una visión de la política que ya no encuentra lugar en la realidad actual. Aquella izquierda que soñaba con transformar el sistema desde la raíz parece haber envejecido junto a ella, observando desde los márgenes cómo sus ideales se traicionan en aras de una gobernabilidad que solo puede entenderse dentro de las reglas del poder político.

Hannah Arendt decía que el poder no se sostiene solo en la coerción, sino en el consentimiento y en los rituales que le dan legitimidad. En ese sentido, la ceremonia de toma de posesión y, en particular, el acto del besamanos, son recordatorios de que el poder no reside en una sola figura, sino en la red de relaciones y símbolos que lo sostienen. Claudia Sheinbaum, que llegó al poder como una promesa de renovación, se enfrenta al reto de navegar entre las viejas prácticas y su aspiración por encarnar el cambio. ¿Será capaz de romper con los rituales de poder que la preceden, o sucumbirá a ellos como todos sus antecesores?

La respuesta aún está por verse. Pero si la ceremonia de su toma de posesión es un indicio de lo que vendrá, es claro que el poder en México sigue atado a los gestos y símbolos de sumisión y obediencia, peor aun cuando la que asume funciones es la primera mujer en la historia de nuestra incipiente democracia, incluso cuando se viste de modernidad, feminismo y transformación. Lo que nos queda es observar si este "besamanos" fue solo un episodio anecdótico, o el presagio de una presidencia atrapada en las viejas lógicas del poder.