Chelsea Wolfe - Unknown Rooms: A Collection of Acoustic Songs

 

Por el Ingeniero Miguel Angel Gongora.


Sería demasiado fácil encasillar Unknown Rooms de Chelsea Wolfe como "simplemente otro álbum acústico." No, Wolfe no es de esas artistas que se conforman con lo obvio, y yo, por supuesto, jamás me conformo con lo ordinario. He atravesado épocas en las que la música es poco más que ruido de fondo y otras en las que he exigido, sí, exigido, algo más profundo, algo que esté a la altura de mi sensibilidad. Y es en esos momentos que una obra como Unknown Rooms llega como un susurro tan cercano que eriza la piel y, al mismo tiempo, un eco que parece surgir de otra vida. Wolfe aquí logra lo que yo llamo un acto de "sobriedad abismal", si es que ese término existe. Pero debería.

Abrir con Flatlands es una declaración. Esta pieza es un grito ahogado, envuelto en el susurro más íntimo que uno puede imaginar. Es el sonido de alguien demasiado acostumbrado al vacío y que aún se atreve a mirar hacia un horizonte imaginario. La crudeza de Wolfe aquí es tan familiar que, confieso, me sacude. Pocas veces me siento observado por la música, y sin embargo, cada acorde parece haberme leído de algún modo. Wolfe no canta desde la altura; más bien se sienta a tu lado en el borde de un precipicio que compartimos sin palabras. No es fácil encontrar a alguien que entienda el peso de la soledad de esta manera, y aún menos en este mundo saturado de promesas vacías de trascendencia.

Y luego está Appalachia, donde su voz se desliza como una bruma sobre montañas que, en mi imaginación, son tan vastas y perdidas como los recuerdos más hondos que he decidido no visitar. Wolfe tiene esa capacidad de hacerte sentir que cada canción es un refugio temporal, una especie de cabaña en un bosque inhóspito, donde uno puede sentarse y descansar, aunque sabe que no es bienvenido. Es la manera en que la guitarra, apenas susurrante, se convierte en la extensión de su voz; no es acompañamiento, es su espectro. Wolfe aquí demuestra que la verdadera carga de la melancolía no necesita adornos. Como alguien que ha vivido lo que muchos considerarían una vida de intensidad elegida, puedo decir que la suya es una voz que no requiere de ornamentos porque ya ha experimentado el peso de lo no dicho.

Escuchar Unknown Rooms es asistir a un ritual privado, algo que la mayoría de los artistas no sabe ofrecer, pues se han vuelto demasiado públicos, demasiado accesibles. Wolfe, sin embargo, entiende que la verdadera belleza reside en la contención. En este sentido, Our Work Was Good y Hyper Oz es probablemente la pieza más devastadora de todo el álbum, y no porque sea la más oscura —que lo es— sino porque se presenta con la humildad de una confesión. Y para alguien como yo, acostumbrado a las veladas pretensiones de los círculos artísticos, esto es una bocanada de aire frío. Es un recordatorio de que la sinceridad auténtica en el arte sigue siendo posible.

Quizás Wolfe desconoce que su obra encarna lo que algunos de nosotros solo logramos experimentar en raras ocasiones: una conexión desnuda y honesta con la oscuridad, sin caer en el melodrama ni en la superficialidad. Unknown Rooms es para aquellos de nosotros que sabemos que la belleza rara vez viene de la mano de la seguridad. Para quienes hemos decidido abrazar lo inexplicable y lo inacabado.

Es por ello que, al final, Unknown Rooms no es tanto un disco como un espacio, un cuarto que Chelsea Wolfe nos permite visitar, solo si estamos dispuestos a despojarnos de la comodidad de ser meros espectadores. En este lugar, uno no solo escucha; uno se confronta, y si eso no es la definición misma de lo que debería ser el arte, entonces estamos muy perdidos.

 8.5/10