El Nuevo Maximato

 


Por el Licenciado Rafa Salmerón

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia marca un hito histórico: la primera mujer en ocupar el cargo más alto del país. Pero más allá del simbolismo, la pregunta central que hoy flota en los círculos del poder es si realmente gobierna ella, o si su mandato es el preludio de algo mucho más grande y sombrío: el regreso de un Maximato en pleno siglo XXI, con Andrés Manuel López Obrador como el verdadero titiritero, buscando perpetuar el control de su movimiento, al estilo del PRI que dominó México hasta la llegada del Presidente Salinas de Gortari.

Desde el inicio, el discurso de Sheinbaum ha dejado poco espacio a la imaginación. La continuidad con la "Cuarta Transformación" no es una idea vagamente inspirada, sino un compromiso inamovible. Sheinbaum ha repetido, una y otra vez, que su administración seguirá los ideales trazados por López Obrador. Pero en los pasillos del poder, pocos dudan de que el compromiso es más que ideológico: es un pacto de subordinación.

Claudia Sheinbaum, al igual que Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez bajo el mando de Plutarco Elías Calles en el viejo Maximato, parece haber aceptado ser la figura visible mientras que López Obrador sigue manejando los hilos desde la sombra. Aunque AMLO ya no ocupa el Palacio Nacional, su influencia sobre el gabinete, las decisiones clave y las políticas de Estado sigue siendo indiscutible. Cada uno de sus discursos matutinos, ahora desde su rancho en Chiapas, continúa marcando la agenda política, como si su presidencia no hubiera terminado.

La estrategia de López Obrador es clara: perpetuar un poder cuasi-hegemónico de su partido, Morena, en el estilo del PRI, manteniendo a un grupo selecto de leales en los más altos niveles del gobierno. Este movimiento se asemeja cada vez más a los primeros años del PRI, cuando el poder de Calles no tenía rival. En esa época, los presidentes eran elegidos, pero las decisiones importantes pasaban por la "Jefatura Máxima", ocupada por un hombre que, como ahora AMLO, se negaba a abandonar el control total del país.

El beso en la mano que Sheinbaum dio al senador Manuel Velasco en su toma de posesión fue más que un gesto de cortesía: fue el símbolo de un pacto de sumisión, no solo a la vieja guardia política, sino a la figura de López Obrador. La coalición de Morena, PT y PVEM no es más que la fachada de una maquinaria diseñada para asegurar la permanencia del lopezobradorismo en el poder. Y Claudia, al igual que los títeres del Maximato, es la figura pública de un poder que aún reside en el "viejo régimen".

Pero el plan no termina ahí. López Obrador no solo aspira a gobernar indirectamente durante los seis años del mandato de Sheinbaum; su verdadero objetivo parece ser la creación de un partido hegemónico, uno que, como el PRI en su apogeo, pueda dominar el escenario político por décadas. Morena, en ese sentido, ha aprendido bien las lecciones del PRI: controlar el poder no solo es una cuestión de ganar elecciones, sino de mantener un control férreo sobre las estructuras políticas, económicas y sociales del país.

El proyecto del nuevo Maximato está diseñado para perpetuarse. Como lo hizo Calles en su tiempo, López Obrador no necesita volver a la presidencia; le basta con tener una presidenta obediente, un congreso favorable y una maquinaria partidista que funcione al unísono. Con estos ingredientes, puede aspirar a algo mucho más ambicioso: extender su influencia por décadas, haciendo de Morena lo que alguna vez fue el PRI, un partido que dictó el rumbo del país durante 70 años.

Para Claudia Sheinbaum, el desafío no es menor. A pesar de su cercanía con López Obrador, necesita demostrar que es algo más que su sucesora designada. Pero con cada decisión que toma, con cada paso que da, parece más claro que el control real sigue residiendo en Tabasco, en la figura de un expresidente que se niega a soltar las riendas. Y si bien Sheinbaum podría pensar que tiene margen de maniobra, la historia del Maximato nos enseña que esos presidentes temporales nunca lograron escapar del control de su mentor.

En los próximos años, veremos si Claudia Sheinbaum puede liberarse de la sombra de su antecesor, o si su destino es el de perpetuar un sistema que busca mantener al país bajo la égida de un hombre que, como Calles, no tiene intenciones de ceder el poder, ni siquiera cuando su mandato constitucional ha terminado.