¿Golpe de Estado? ¡Ojalá!

 

 Por Rafael Salmerón

 

La ignorancia es atrevida, dicen. Pero en política, la ignorancia no solo es atrevida: es peligrosa. La reciente declaración de Lenia Batres, secretaria de Gobierno de la Ciudad de México, sobre la supuesta intervención de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) como una especie de “golpe de Estado” no solo es absurda, sino que revela un analfabetismo judicial que raya en lo insultante. Batres, con la ligereza de quien no comprende la magnitud de sus palabras, decidió equiparar un fallo judicial con un acto violento contra el poder legítimamente constituido.

Pero no estamos ante un simple error de terminología, sino frente a un peligroso intento de socavar uno de los pilares más importantes de nuestra democracia: la independencia judicial. Desde su posición en el gobierno de la Ciudad de México, Batres ha demostrado que entiende poco o nada sobre el equilibrio de poderes que sustenta nuestro sistema político. En su declaración, confunde la labor legítima de la SCJN —revisar la constitucionalidad de las acciones del gobierno— con una rebelión o golpe de fuerza, lo cual no solo es erróneo, sino deliberadamente malintencionado.

Es en este contexto que se eleva la figura de Norma Piña, presidenta de la SCJN, como un baluarte de la institucionalidad y el Estado de Derecho en tiempos en que el Ejecutivo, claramente, no tiene reparos en atacar cualquier voz disidente. Piña ha hecho lo que pocas figuras en la vida pública de México se atreven: defender sin titubeos la independencia del Poder Judicial. Mientras Lenia Batres y el resto del aparato lopezobradorista intentan arrastrar a la Corte al terreno del servilismo, Piña se ha mantenido firme. Sus decisiones no son otra cosa que la salvaguarda de nuestra Constitución frente a un gobierno que insiste en centralizar el poder.

Si algo necesitamos en México, no es un golpe de Estado contra la Corte, como parecen desear Batres y sus compañeros de batalla en Morena. Lo que necesitamos es una sacudida que nos libere del Maximato tabasqueño que sigue gobernando desde la sombra. Porque el verdadero golpe de Estado no viene de la Corte, viene de un presidente que, incapaz de soltar las riendas, ha decidido mantenerse al mando a través de sus operadores y discípulos, manipulando a las instituciones desde su rancho en Chiapas. López Obrador es, en esencia, un émulo de Plutarco Elías Calles, el "Jefe Máximo" que dirigió México desde los rincones más oscuros del poder, manteniendo presidentes títeres mientras él consolidaba su control.

El tabasqueño no necesita un cargo oficial para seguir gobernando. Su red de poder, construida meticulosamente durante años, le permite manejar desde la distancia las decisiones clave del país. Claudia Sheinbaum, que hoy ocupa la presidencia, es el ejemplo más claro de este Maximato moderno: una mandataria que, pese a su investidura, parece no tener más opción que seguir los designios del verdadero poder en México, AMLO.

¿Golpe de Estado? ¡Ojalá! Pero no contra la Corte, sino contra este sistema de simulación democrática que nos han impuesto. México necesita un verdadero cambio, un golpe de timón que desmantele la estructura de poder de López Obrador y su grupo de incondicionales. Un golpe de Estado que recupere la dignidad de las instituciones y que permita que el país vuelva a tener una democracia real, donde los poderes estén equilibrados y ninguno sea sometido por la voluntad de un solo hombre.

Lenia Batres es solo el último ejemplo de la peligrosa combinación de ignorancia y autoritarismo que define a muchos en el actual gobierno. Su declaración, lejos de ser una simple equivocación, refleja el desprecio que esta administración tiene hacia la independencia judicial y su deseo constante de moldear el poder a su imagen y semejanza. Pero si algo queda claro en este episodio, es que México no necesita más títeres. Lo que necesitamos es un verdadero movimiento que, como un golpe de Estado simbólico, derribe el Maximato que sigue en pie, y que por fin nos libere de la sombra de un presidente que se niega a ceder el poder.