Por el Maestro Enrique Chavanel.
Confieso, con esa mezcla de fastidio y superioridad que solo los auténticos intelectuales podemos exhibir, que pocas veces he presenciado un espectáculo tan patético y vacuo como el que ofrece "The Substance", esa pretendida obra de cine que se exhibió en Cannes con más pompa que sustancia, irónicamente. El solo hecho de haberme sentado en esa sala, rodeado de los eternos aduladores del "nuevo cine de autor", me produce ahora un asco tan profundo que dudo si lo más repugnante fue la película en sí o la legión de incautos que la aplaudieron como si hubieran presenciado la segunda venida de Tarkovski.
Cannes, claro está, ya no es lo que era. Lo he dicho antes y lo reitero ahora. Donde alguna vez florecían obras maestras auténticas —esas que solo unos pocos privilegiados con verdadero criterio artístico podían captar—, hoy encontramos una decadente sucursal del festival del ego. En este contexto, no es de extrañar que "The Substance" haya logrado robarse un espacio, porque si algo tiene la película es que es, precisamente, nada. Un homenaje a la carencia de ideas, un festival de pretensión hueca que se disfraza de "innovación" pero que, al final del día, no logra más que aburrir a las piedras.
Sentado en mi asiento VIP —porque, evidentemente, yo no podría asistir a un festival como el resto de los mortales—, observé con una mezcla de desconcierto y desprecio cómo la trama (si es que se le puede llamar así) se desarrollaba ante mí como un mal sueño. Desde la primera escena, la dirección de arte parecía haber sido concebida por alguien que descubrió los filtros de Instagram la semana pasada. Y el guion… bueno, si a una acumulación de diálogos sin sentido, incoherentes y desprovistos de cualquier profundidad se le puede llamar guion, entonces la RAE tendrá que redefinir el término.
Los personajes son tan planos que harían llorar de envidia a un maniquí. El director, en su afán de ser "moderno" y "transgresor", cae en los clichés más predecibles. La protagonista, si es que realmente alguien puede empatizar con semejante figura insulsa, transita la historia como una sombra sin alma. ¡Ah! Pero, claro, seguro dirán los críticos de turno, “es que es una metáfora del vacío existencial contemporáneo”. ¡Por favor! El vacío existencial es lo que uno siente después de haber perdido dos horas y media de vida viendo esta parodia de cine.
Y ni hablar de la puesta en escena. Ah, Cannes, qué bajo has caído al permitir que esta farsa disfrazada de “alta cultura” encuentre su lugar entre las verdaderas obras de arte. Porque eso es lo que "The Substance" no es: arte. Es un ejercicio de narcisismo audiovisual de un director que ha leído demasiados ensayos de Barthes pero que no ha entendido ni una sola palabra. En su lugar, se nos arrojan imágenes —a menudo desprovistas de todo significado y plagiando a otros filmes— con una banda sonora que solo podría describirse como tortura acústica.
Me gustaría decir que lo mejor de la película fue el momento en que las luces se encendieron y pude abandonar la sala, pero incluso ese instante fue un insulto, al recordarme que había perdido horas de mi vida que jamás recuperaré. Porque mientras los aplausos sonaban a mi alrededor, yo solo podía pensar en la mediocridad que Cannes había permitido subir a su escenario. ¿Qué diría Buñuel, qué pensaría Bergman, si vieran en lo que se ha convertido el cine hoy?
Al final, la película se titula "The Substance", pero lo único que tiene de eso es la promesa incumplida de lo que pudo haber sido y no fue. Porque para tener sustancia, primero hay que tener algo que decir, y esta película no tiene nada. Nada. Aunque claro, siempre habrá quienes, por miedo a ser considerados incultos, se esfuercen en buscarle un sentido, algún significado oculto que justifique su existencia. Pero lo que no entienden es que, en su afán por justificar lo injustificable, solo demuestran lo lejos que están de comprender el verdadero arte.
Si "The Substance" es lo mejor que Cannes tiene para ofrecer en este momento, entonces me temo que el cine está en su hora más oscura. Y aunque algunos pretenden encontrar en la nada la clave del todo, lo cierto es que lo que vieron no fue más que un reflejo de su propia incapacidad de discernir entre lo genuinamente sublime y lo mediocrísimo.
