LOS PECADOS DE BEIRUT

 

 Por el Doctor Abraham Kauffmann Alazraki

Hay pocas regiones en el mundo donde la historia, la geografía y el conflicto se entrelazan de manera tan íntima como en el Medio Oriente. Y dentro de esta vasta y volátil región, Beirut ha sido el escenario de incesantes pecados políticos que, tarde o temprano, han de cobrar su precio. Esta vez, Israel, el Estado que siempre parece estar al borde del abismo existencial, ha tenido que actuar de nuevo, esta vez mediante una intervención militar terrestre en Líbano. Y aunque algunos críticos ven en este movimiento una acción desproporcionada, la realidad es que se trata de una respuesta calculada y, si se me permite decirlo, inevitable.

Para entender lo que ocurre hoy, debemos retroceder en el tiempo y observar los patrones históricos y geopolíticos que han definido a esta región. Líbano, en su estado actual, es poco más que un Estado fallido, atrapado entre las ambiciones regionales de Irán, los intereses estratégicos de Siria y el constante caos interno provocado por facciones que operan con total impunidad, Hezbolá siendo la más notable. Es en este contexto que debemos analizar la legítima intervención de Israel.

Como bien se sabe en ciertos círculos de poder en Washington, y esto no es algo que se mencione en la prensa, la reciente escalada es la culminación de una estrategia a largo plazo entre Irán y Hezbolá para cercar a Israel por el norte. Fuentes confidenciales —y sí, hablo de conversaciones privadas que han tenido lugar en los pasillos del Consejo de Seguridad de la ONU— sugieren que la creciente presencia de misiles de corto y mediano alcance en territorio libanés ha alcanzado un punto de no retorno. Esos misiles, muchos de ellos financiados y suministrados directamente por Teherán, no son simples herramientas de intimidación. Están listos para ser desplegados contra las principales ciudades israelíes.

Pero lo más preocupante no es solo el arsenal militar acumulado en Líbano. El verdadero "pecado" de Beirut ha sido permitir que Hezbolá se integre completamente al aparato estatal libanés, ejerciendo un control de facto sobre vastas áreas del país, mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado. La comunidad diplomática europea lo sabe bien, y aunque no lo admitirán en público, algunos de sus diplomáticos en el Círculo de Bruselas han reconocido que Líbano, como Estado soberano, hace tiempo que dejó de existir.

Israel, entonces, no enfrenta solo a una organización terrorista; enfrenta a un país secuestrado por fuerzas que se mueven en las sombras, respaldadas por una nación que sueña con la destrucción del Estado judío. La intervención militar de Israel es, en este contexto, una cuestión de supervivencia. Como me comentó un alto funcionario Israelita en un reciente foro en Davos, "No es una guerra que Israel quiera, pero es una guerra que no podemos evitar".

Desde un punto de vista histórico, este conflicto tiene raíces profundas. Recordemos que Líbano, antes conocido como la "Suiza del Medio Oriente", ha sido un campo de batalla para las grandes potencias desde la caída del Imperio Otomano. Las divisiones sectarias que lo caracterizan fueron hábilmente explotadas por Francia en su mandato colonial, y desde entonces, Líbano ha sido un tablero de ajedrez para los juegos de poder de actores externos. Lo que presenciamos ahora es una continuación de esa dinámica, donde Irán ha reemplazado a las potencias coloniales como el principal titiritero. En este sentido, Israel no solo lucha por su seguridad, sino también por evitar que el vacío de poder en Beirut sea llenado por actores que desestabilizarían aún más la región.

Desde el punto de vista geopolítico, Israel tiene un mandato claro: asegurar sus fronteras y eliminar la capacidad ofensiva de Hezbolá. No es un secreto que Tel Aviv ha recibido respaldo tácito de Washington, y aunque los discursos públicos son diplomáticos, hay una comprensión no oficial entre los círculos militares de que esta intervención es una operación quirúrgica, diseñada para debilitar a Hezbolá y asegurar la estabilidad en el largo plazo. Como dicen en algunos altos niveles de decisión en el Pentágono, es un "golpe necesario".

El hecho de que los críticos internacionales acusen a Israel de actuar de manera "desproporcionada" no es más que la repetición de una narrativa cansada, utilizada por aquellos que no entienden la complejidad del tablero de juego en el Medio Oriente. Las mismas voces que claman por "paz y moderación" son las que ignoraron los años de agresiones desde el otro lado de la frontera.

Es aquí donde radica el mayor de los pecados de Beirut: permitir que su suelo se convierta en un teatro de guerra por delegación, donde fuerzas externas juegan sus propias agendas a expensas de su soberanía. La intervención israelí no es solo un acto de defensa; es, en última instancia, un esfuerzo por estabilizar una región que ha sido abandonada por la comunidad internacional y convertida en un campo de juego para los intereses iraníes.

En conclusión, la intervención militar terrestre de Israel es un mal necesario. Y no lo digo solo por los rumores que se susurran en las esferas más altas de Tel Aviv, sino porque la historia misma nos enseña que, cuando el enemigo se enraíza tan profundamente en tus fronteras, no hay opción que no sea actuar. Líbano ha permitido que las sombras del conflicto lo definan, y ahora enfrenta las consecuencias de sus propios pecados. Israel, por su parte, no tiene otra alternativa más que protegerse.